La que ve con el ojo del alma. Un poema

He despertado a mis sueños.

La aceptación de quien soy requiere que suelte la necesidad de ser de aire,

de esconder mi profundidad porque me puede quemar.

No quiero a la mente para moverme, quiero el corazón.

Necesito sentir que lo que está en juego

es mi propia existencia.

 

Cómo ser si no es en el camino,

ese intento de desenterrar quiénes somos.

Tanta cháchara aniquilapoemas

con que nos hemos llenado la cabeza.

Tanto corazón desangrado

por la desidia de los oídos.

El camino no está en el discurso

que el ego ajeno te entrega como recetario.

 

Reconoce en ti a la sabia,

la que sabe que sus miedos la mantienen con vida

porque no es la intensidad lo que la mata,

sino la banalidad del intelecto vanidoso.

Qué es esa sabia, sino carne y alma.

 

Corazón latiendo, que la mente no se nos escape del corral que apagará la luz.

«No necesitas ampolletas para ver», dice la mente mientras apaga el fuego original.

 

El norte se huele,

huele a tierra mojada por la lluvia, a orugas y hojas pisadas en el barro.

El norte se siente,

como pelos en la piel calentita por la manta de lana que tejiste en tus sueños.

En tu cabello y tus arrugas, tu registro.

El registro de tu historia que relatas

cuando puedes descansar.

 

Hoy,

nadando en el océano,

haz encontrado el collar que perdiste hace mil días.

Ese collar de cuentas que tu alma ha usado hace mil vidas.

 

Francisca Jara.